Malabaristas, delincuentes y demócratas

Uno de los mayores momentos de orgullo durante la posesión de Luis Lacalle el pasado 1 de marzo, fue cuando el flamante canciller Ernesto Talvi, habló sobre la calidad de la democracia uruguaya, “calidad de exportación”, dijo. Una nación que representa los más altos valores de la institucionalidad, más allá de las preferencias políticas o los acuerdos y desacuerdos ideológicos. Lo dijo como si la democracia fuese un etéreo con autodeterminación propia, como si las instituciones no estuvieran en cabeza de personas y estas personas no fueran quienes se encargan de hacer valer o no la mencionada institucionalidad.

A menos de una semana del cambio de gobierno, se presentaron varios incidentes sobre el abuso cometido por las fuerzas de seguridad del Estado en contra de la población. Porque a pesar del vértigo de clase que le puede dar a muchos miembros de la próspera capa media uruguaya, aquella muchachada que se gana la vida haciendo malabares con pelotitas en los semáforos, también es parte de la población.

El modelo de retoma de los gobiernos de la derecha en la región, es una fórmula matemática en que cambian muy pocos factores: cuando los grandes medios hacían correr ríos de tinta en Brasil y Argentina hablando sobre lo rampante de la corrupción de los gobiernos salientes, prepararon el fértil terreno para que todo lo dicho sobre el tema de ahí en adelante fuera tomado como cierto.

Entonces al cambio de gobiernos, una vez posesionados Temer y Macri, se desató una brutal persecución contra quienes ya habían sido juzgados y condenados en los grandes medios, no importaba que poco a poco las causas penales se fueran cayendo por su propio peso o que, por ejemplo, el descaro diera para que Sergio Moro fuese premiado con un ministerio en Brasil. El daño ya estaba hecho y ya no era necesario probar nada.

En Uruguay la arena fue otra, el odio contra el Frente Amplio ha sido por ser benévolos con la delincuencia, porque faltó mano dura con los “pichis” que tienen aterrorizada a la población, terror que fue generado y reproducido como cuando un perro corre tras su propia cola. Cualquiera que viene al Uruguay, casi sin excepción, alaba la tranquilidad en que se vive, gente que viene de San Pablo, Lima, Bogotá, Caracas, Buenos Aires, Quito, Santiago, se sorprende porque aquí la gente anda por la calle con el celular en la mano, porque los autos andan con las ventanas abiertas, los taxistas tienen el GPS junto a la ventana, los autos pasan la noche en las calles, las señoras llevan caravanas y collares mientras revisan el whatsapp esperando el cambio de semáforo sobre 18 de julio y Ándes, y nada de eso es posible en un lugar verdaderamente peligroso.

Como comparar con cualquier otro lugar es un despropósito, el único argumento que queda a la mano cuando se habla tres horas diarias en los informativos sobre la rapiña de la esquina es: “pero es que antes eso no pasaba”, y la queja es porque esta sociedad, en la llegada de la modernidad quiere los pros y desprecia los contras. Espera con ansias la salida del nuevo I phone, baila con intensidad la última candente letra de Karol G, espera el próximo black Friday para comprar los pasajes de promoción a algún paradisiaco destino en el caribe, desde donde poder quejarse de lo caro que es el Uruguay comparado con esos destinos de ensueño, porque para eso las comparaciones sí valen, pero no quieren lidiar con los rezagos que genera una sociedad de consumo delirante, esos no le corresponden.

Un problema aparente, precisa una solución aparente

En otras palabras, los operativos del PADO o la Guardia Republicana no son para controlar la delincuencia, porque un ladrón que lleva una 9mm no está haciendo malabares con pelotitas en Av Brasil y Bulevar, ni mucho menos en alguna calle de San José o Tacuarembó. Esos operativos son porque un problema aparente, precisa una solución aparente. Lo que demuestran estos operativos es lo importante que es para el gobierno entrante, mantenerle caliente la oreja al arribismo que lo puso ahí.

Eso es así porque le enseñaron a la sociedad que el crimen organizado es cuando dos botijas se juntan para llevarse lo que tienen en el corresponsal bancario que les pareció más desprotegido. Pero importar, almacenar y empacar en contenedores tres o cuatro toneladas de cocaína, ocurre porque algún estanciero se descarrió y actuó solo; o que la esposa de un ministro sea detenida por el caso de Odebrecht, mismo que ha hecho renunciar presidentes y jueces supremos en otros países, es un tema de manejo doméstico del ministro, para lo que se pide privacidad y respeto, como si se tratara de una calamidad familiar; algo así como que la esposa del ministro se enfermó de delincuencia, pero con unas infusiones de yuyos y un buen abogado ya le está pasando.

Entonces la calidad de la democracia que hinchó el pecho de Talvi ante las cámaras el 1 de marzo, no existe per se, existe porque hubo personas que la hicieron valer. Hoy esa misma institucionalidad se vuelve contra su propia gente. Y si eso es ahora que el nuevo gobierno lleva días y salvo la subida del dólar, todo anda medio tranquilo, no hay que imaginar lo que pasará cuando la gente se dé cuenta que el futuro de leche y miel que prometió Lacalle era una realidad, pero no para todos; muchos se darán cuenta que cuando Argimón hablaba de “nuestro futuro” no los incluía, y que a nombre de ellos construyeron un proyecto que era para quienes gobernaban y no para quienes elegían.

Igual en ese momento habrá otra parte de la población que se aferrará a su arribismo e insistirá en que la debacle fue culpa del Frente Amplio, que dejó un país que se veía bien, pero estaba mal, y que, gracias a Lacalle, el país se verá mal, pero en el fondo estará bien. Habrá gente que continuará aplaudiendo los operativos contra los malabaristas en los semáforos, y no se darán cuenta que poco a poco ellos mismos también irán adquiriendo apariencia delictiva, porque “llegar a fin de mes” volverá a tener otro significado. Tal vez ni ahí entenderán la diferencia entre estilo y condiciones de vida.

Ministro Talvi: la calidad de la democracia no se cuida sola y más que exportar democracia uruguaya, parece que la idea fuera importar democracia chilena, boliviana o colombiana.

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