Hoy me fui a Guanabacoa
Foto: Archivo/Cubadebate.
Guanabacoa es tierra de tradiciones y leyendas. Surgió como sitio donde los colonizadores españoles asentaron a indios dispersos y creció en torno a su iglesia. Fue por breve tiempo la capital de Cuba y muy pronto lugar de descanso de la aristocracia habanera que gustaba de sus verdes colinas y la pureza de sus manantiales. Guanabacoa quiere decir eso: tierra alta con mucha agua.
Para muchos es una voz que se traduce como “ciudad o pueblo situado entre lomas de las que brota un manantial”. Otros aseveran que el término proviene de los aborígenes y lo interpretan como “lugar alto donde abunda el guano” o “sitio de palmas altas” o “lugar de mucha agua”. Esta acepción es la más divulgada y se basa en la prodigalidad de los manantiales de la zona. Recordemos que se llama “guano” al excremento del murciélago y es asimismo el nombre varias especies de palma.
Pero Guanabacoa es también tierra de santeros. La cuna del santo, se asevera. Cuando alguien tiene problemas se le recomienda buscar allí la ayuda de un iniciado en la Regla de Ocha para que lo “registre” o lo “mire” con los caracoles, el coco o el ékuele, y le recete el ebbó o trabajo de santería que requiera su caso.
A esa ciudad del este de La Habana, a medio camino entre la capital y un manojo de playas fabulosas, fuimos en estos días. Caminamos al azar por sus calles caprichosas, entre mansiones señoriales y campanarios vetustos.
Capital por un día
Su centro histórico tiene el aire de las viejas ciudades de Cuba. Su arquitectura remeda la de las villas que fundó el adelantado Diego Velázquez, primer gobernador de la Isla. Se ha dicho que fue fundada el 12 de junio de 1550.
Antes de 1600 la villa era el espacio comprendido por cuatro manzanas totalmente irregulares que se ubican entre las calles actuales de Barreto, Potosí, San Antonio, Máximo Gómez y Cruz Verde y que son atravesadas por la de Corral Falso, y también el área que ocupan las manzanas enmarcadas por las calles Pepe Antonio, Santo Domingo, Amargura y Soledad. Esa villa primitiva creció durante el siglo XVIII y mucho más a lo largo del siglo XX.
Fue la capital de Cuba, por un día, en 1555. El gobernador general Gonzalo Pérez de Angulo halló refugio en Guanabacoa cuando no pudo resistir el empuje del corsario francés Jacques de Sores, que terminó apoderándose de La Habana. En 1743, Felipe V, de España, le concedió el derecho a lucir el Pendón Real y le otorgó, además, avalado con el escudo correspondiente, el título de villa. Villa de la Asunción de Guanabacoa.
En 1762, José Antonio Gómez y Bullones –Pepe Antonio- alcalde mayor de la localidad, enfrentó, al mando de 70 hombres mal armados, a los invasores británicos y dirigió con éxito la primera carga al machete que se consigna en la historia de Cuba. En unas 50 acciones combativas, y siempre machete en ristre, ocasionó más de 300 bajas al enemigo.
La mano poderosa
Elementos religiosos de origen africano encuentran espacio en el Museo de Guanabacoa. En su galería de etnografía religiosa hay piezas, únicas en muchos casos, que más allá de su significación religiosa poseen un valor artístico notable. Son expresión de la cultura popular más genuina.
La puerta se abre de golpe y en la semipenumbra de la sala impacta la figura del babalao, el sacerdote de Ifá. Viste de blanco, luce el collar de cuentas verdes y amarillas de Orula. Sentado ante su estera, descalzo, tiene a sus pies el irofá, tarro de venado con el que llama a los orishas, y el tablero de Ifá, sistema de adivinación que aclara todos los misterios.
Tras los ojos vivos y la expresión sabia parece haber un hombre real, pero no es más que una figura a escala humana esta del adivinador. Una estructura de alambre rellenada de trapos y paja, en la que la cabeza y los brazos son de barro cocido y policromado.
Muchas de las piezas que ahora conforman las colecciones de este Museo fueron de carácter personal, íntimo, casi secreto. Sus poseedores las tuvieron solo para ellos y no podían mostrarlas. Algunas de ellas debieron haber sido enterradas junto al iniciado. Sin embargo, fueron donadas a la institución por ellos mismos o sus allegados.
Están aquí evidencias de la sociedad secreta abakúa, entidad de socorro mutuo exclusiva para hombres que surgió en los días de la esclavitud y subsiste aún. Hay muestras de la secta Palo Monte, otro de los cultos de origen africano. Hay ejemplos de la magia y la hechicería de los paleros, con sus fetiches y trabajos, y además piezas de la imaginería popular, casi siempre de raíz católica, pero con un toque africano.
En ese grupo se encuentra la llamada Mano Poderosa, una talla en madera de unos 90 centímetros de alto. Perteneció a una negra conocida como Makintaya que, se dice, poseía poderes sobrenaturales de conexión con los muertos y espíritus a través de la adivinación de la mano.
La Mano Poderosa se inspira en las cinco divinidades o poderes de Dios e incorpora el mundo mágico de Makintaya con la figura de Oyá, dueña de las centellas y señora de los cementerios que se sincretiza con la virgen de la Candelaria, con la del Carmen y con Santa Teresa de Jesús.
Wemilere
Alejandro de Humboldt, el sabio naturalista alemán, estuvo en Guanabacoa. Las bondades de su clima y la pureza de las aguas de la zona atrajeron a la nobleza cubana, que escogió la villa para residir o como lugar de veraneo. De ese lejano ayer llegan hasta hoy la Casa de las Cadenas y la Ermita del Potosí, una de las iglesias más antiguas de la Isla. Los conventos de Santo Domingo y de San Francisco, donde funcionó, a partir de 1857, la primera Escuela Normal para Maestros que existió en Cuba. El Liceo de Guanabacoa, construido en 1861, guarda una rica historia: allí José Martí, el 22 de enero de 1879, habló en público, por primera vez, en Cuba. En la villa nacieron tres grandes de la música: Ernesto Lecuona, Rita Montaner y Bola de Nieve. No se discutía la primacía de las papas rellenas de El Faro, en la esquina de Pepe Antonio y Máximo Gómez, que aún perviven en el imaginario popular.
Mucho hay que ver en Guanabacoa. Iglesias, antiguos conventos, el cementerio viejo, los cementerios hebreos, casonas coloniales aun en pie o que muestran la poesía de sus ruinas.
Hay un fuerte movimiento artístico literario en esta ciudad que organiza el Festival de Raíces Africanas Wemilere, evento que promueve el componente africano de la cultura cubana, con sus jornadas teóricas y su feria popular. Se impone otra vuelta. Guanabacoa lo merece.