Cómo se ve el mundo desde Tricontinental
15/7/2025Las ilustraciones de este dossier reúnen algunas de las publicaciones que hemos realizado en la última década, volviendo a situar nuestro logotipo en el centro de nuestro trabajo. Inspirado en el cartel del artista soviético El Lissitzky “Vencer a los blancos con la cuña roja” (1920), en el que la cuña roja representa el avance bolchevique contra las fuerzas monárquicas blancas, la cuña roja del logotipo de Tricontinental simboliza nuestra intervención en la actual batalla de ideas.
Del 28 al 31 de julio de 2015, movimientos sociales y políticos de todo el mundo se reunieron en la Escuela Nacional Florestan Fernandes (ENFF) del Movimiento de Trabajadores Rurales Sin Tierra (MST) de Brasil para la segunda Conferencia Internacional Dilemas de la Humanidad. Allí evaluaron el orden global y el estado de la lucha de clases, reconociendo que los movimientos de trabajadorxs, campesinxs y otros pueblos oprimidos simplemente no tenían una forma de elaborar su visión del mundo o fomentar debates en el ámbito público. Con este fin, lxs delegadxs decidieron crear diversas iniciativas e instituciones, entre ellas, un instituto de investigación que se constituyó como el Instituto Tricontinental de Investigación Social. Una década después, este dossier sintetiza nuestra mirada sobre el mundo, construida en estos diez años a través del diálogo con cientos de movimientos de África, Asia y América Latina.
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La era del hiperimperialismo
Antes de dejar el cargo, el presidente de Estados Unidos, Joe Biden pronunció un discurso en el Departamento de Estado en el que habló de una “feroz competencia” que había tenido lugar en el mundo, una que según dijo, Washington había ganado (2025). Sin embargo, Biden no aclaró quiénes eran las partes en esta competencia ni de qué se trataba. Si no se conociera el contexto de la ansiedad de Washington, no quedaría claro a qué se refería Biden, y se le podría haber perdonado por pensar que era simplemente otra de sus grandes divagaciones. Pero a pesar de su reticencia a nombrar a los participantes de esta competencia, fue preciso en su evaluación y afirmación. La competencia a la que se refería Biden era entre Estados Unidos y sus aliados del Norte Global por un lado, y China y Rusia por el otro.
Desde 2011, Estados Unidos ha publicado una versión u otra de esta visión del mundo en sus numerosos documentos estratégicos, refiriéndose a China y Rusia como “amenazas” y “competidores”. Quizás el más perturbador de estos sea el Informe de 2024 sobre la Estrategia de Empleo Nuclear de Estados Unidos , en el cual Biden aprobó una estrategia de armas nucleares que permitirá a EE.UU. atacar simultáneamente a China, Corea del Norte y Rusia (Departamento de Defensa de EE. UU., 2024). De manera similar, la Oficina del Director de Inteligencia Nacional de EE.UU. publicó en febrero de 2024 su Evaluación Anual de Amenazas , en la que escribió sobre “una China ambiciosa pero ansiosa, una Rusia confrontacional, algunas potencias regionales como Irán y actores no estatales más capaces” que están “desafiando las reglas de larga data del sistema internacional, así como la primacía de EE.UU. dentro del mismo” (2024). Esta es la “competencia” a la que se refería Biden, una que es aceptada como norma por todo el espectro político de la élite estadounidense.
Dice mucho sobre el enfoque de Washington que considere el surgimiento del dinamismo económico chino y la ansiedad de Rusia por sus fronteras como “amenazas”. ¿Quién se siente amenazado por la tasa de crecimiento de China, particularmente cuando se trata de nuevas fuerzas productivas de calidad?1 ¿Quién se siente amenazado por las preocupaciones de Rusia sobre la expansión hacia el Este de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN)? China ha expresado abiertamente su objetivo de un orden mundial pacífico y mutuamente beneficioso, mientras que Rusia, a pesar de su invasión a Ucrania en 2022, ha declarado que no quiere entrar en una batalla importante con la OTAN o, peor aún, directamente con Estados Unidos. Ni China ni Rusia quieren ver los asuntos mundiales como una “competencia”, ciertamente no en términos militares, y ninguno de los dos países tiene una necesidad programática de involucrar a Estados Unidos y sus aliados en una guerra a gran escala. Puede que no vean la lucha actual como una “competencia”, pero Washington ciertamente sí.
Un estudio importante publicado por el Instituto Tricontinental de Investigación Social y Global South Insights en enero de 2024 encontró que Estados Unidos y sus aliados del Norte Global representan el 74,3% del gasto militar mundial. Es importante reconocer que Estados Unidos forma parte de un pacto militar multilateral con la mayoría de estos países (OTAN) y mantiene alianzas bilaterales con otros. Mientras que el Norte Global opera como una alianza militar-política-económica, el Sur Global no lo hace. En términos de poder militar, Estados Unidos parece competir consigo mismo, con un gasto militar que supera con creces al de cualquier otra nación. Como escribimos en 2024, “EE.UU. gasta 12,6 veces más per cápita que el promedio mundial (Israel, en segundo lugar, gasta 7,2 veces más que el promedio mundial per cápita)” y 21 veces per cápita más que China (2024a; Tricontinental, 2024b).
Solo Estados Unidos ha utilizado armas nucleares contra otro país, y solo Estados Unidos y sus aliados han derrocado sistemáticamente procesos políticos en el Sur Global que han intentado ejercer su soberanía (Tricontinental, 2023b). La existencia de este enorme poderío militar, con más de 900 bases militares conocidas en todo el mundo, no debe considerarse inocente: se utiliza consistentemente para ejercer el poder del Norte Global sobre los países que intentan superar la estructura neocolonial del orden internacional (Tricontinental y Global South Insights, 2024b). El deseo del presidente estadounidense Donald Trump de anexar Groenlandia, quitándosela a Dinamarca y el Canal de Panamá no son amenazas vacías, porque Estados Unidos ya opera bases militares en ambos países (la Base Espacial Pituffik en Groenlandia y la Actividad de Apoyo Naval Ciudad de Panamá). Trump ha reiterado su demanda para que Canadá se convierta en el estado número 51. Detrás de estas tres exigencias aparentemente incoherentes se esconde una estrategia siniestra y altamente intencional.
El 27 de enero, Trump firmó un decreto denominado Cúpula de Hierro para América (The White House, 2025). Denominado engañosamente escudo antimisiles, esta “cúpula de hierro” permitiría a Estados Unidos realizar ataques nucleares preventivos de primer impacto con bombas de gran poder destructivo contra sus adversarios y prohibirles lanzar un contraataque. EE.UU. ha abandonado la estrategia de destrucción mutua asegurada y, en su lugar, ha adoptado una estrategia ofensiva de contra fuerza militar (Foster, 2024). Además, desde 2001, Estados Unidos ha desmantelado unilateralmente el régimen de control de armas establecido entre EE.UU. y la Unión Soviética durante la Guerra Fría (el golpe final fue la retirada de Trump del Tratado de Fuerzas Nucleares de Alcance intermedio de 1987 en 2019). Rusia y China, por otro lado, ven sus sistemas de armas nucleares como escudos defensivos. Las estrategias de disuasión nuclear de China y Rusia se han visto debilitadas por dichas retiradas, así como por la “cúpula de hierro” y la doctrina de contra fuerza de EE.UU. Esto genera una enorme inestabilidad en el panorama de seguridad global.
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Una geografía económica cambiante
Cuando comenzó la Tercera Gran Depresión en 2007, los países del Atlántico Norte vieron cómo sus tasas de crecimiento tambaleaban (Tricontinental, 2023c). Se estancaron cerca de cero y, en ocasiones, cayeron por debajo de este nivel. Cuando se recuperaron levemente, fue en gran parte porque sus gobiernos inyectaron enormes cantidades de fondos públicos en la economía, endeudándose a futuro. Los problemas de endeudamiento de los hogares en Estados Unidos, evidenciados por el incumplimiento de pagos de créditos hipotecarios, sugirieron que el país ya no sería el comprador de último recurso para los productos industriales manufacturados en el Sur Global. Varios países del Sur, desde China hasta Brasil, se preocuparon por su dependencia de las exportaciones al Atlántico Norte y comenzaron a reconsiderar sus modelos económicos.
En 1999, tras las crisis financieras en Asia (1997) y Rusia (1998), el Grupo de los Siete (G7), compuesto por los países centrales del orden capitalista que se han subordinado a Estados Unidos, reunió a un conjunto de otros países en el Grupo de los Veinte (G20), que está formado por 19 países del Norte y el Sur Global, además de la Unión Europea y la Unión Africana, que juntos representan el 85% del PIB mundial (2025). El objetivo era encontrar una manera de mantener los principios del neoliberalismo y la globalización y evitar un retorno al dirigismo o la intervención estatal. El G20 permaneció en gran medida inactivo hasta 2008, cuando se reactivó para reunirse anualmente y discutir cómo salvar el orden global, que estaba en peligro debido a la depresión que había comenzado el año anterior. Pero el G7 nunca permitió que el G20 actuara como un verdadero órgano de toma de decisiones o que desafiara su dominio. Pronto quedó claro que el G20 estaba diseñado principalmente para asegurar que los países del Sur Global con superávit comercial utilizaran sus recursos financieros para apuntalar el sistema bancario dominado por el Norte Global, impedirles erigir barreras financieras o comerciales, y controlar estas economías emergentes en lugar de integrarlas en el liderazgo del orden mundial (Prashad, 2013).
Los gobiernos del Sur Global nunca recuperaron realmente la confianza en la capacidad del Norte Global para recuperarse económicamente y comenzaron a considerar otras opciones. Las teorías más antiguas sobre la cooperación Sur-Sur volvieron a la mesa de discusión y los países más grandes del Sur Global (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica) formaron el proyecto BRICS en 2009.2 BRICS fue diseñado como un instrumento para fomentar el comercio y el desarrollo entre los países del Sur Global, centrado. No había un interés inmediato en cuestiones políticas, aparte de la antigua reivindicación de que los países del Sur debían ser nombrados miembros permanentes del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas con pleno poder de veto (Prashad, 2023).
Los países del Sur Global comenzaron a desvincular cada vez más su comercio del Norte Global y a comerciar entre sí. India es un buen ejemplo de esto, dada su proximidad política con Estados Unidos: entre 1991 y 1992, el país vendió el 16,4% de sus exportaciones a EE. UU. (su principal destino), pero para 2023, esta cifra se había reducido al 13,7%. Aunque EE. UU. seguía siendo el principal destino, las exportaciones de India se diversificaron de tal manera que 20 países representaban ahora el 67% de sus exportaciones totales (Ministerio de Comercio e Industria, Gobierno de la India). Incluso en India, que ha subordinado su política exterior a Estados Unidos desde 1991, ha habido una tendencia a alejarse de EE. UU. Desde 2017, cuando Trump asumió por primera vez la presidencia, la participación de EE. UU. en el comercio mundial se ha reducido al 15%. El país tampoco logró concretar acuerdos comerciales con Asia y Europa (de hecho, desde esa fecha, EE. UU. no ha firmado ni un solo acuerdo comercial importante) (Oficina del Representante Comercial de EE. UU., 2025).
En tanto los países del Sur Global continuaran sirviendo como fábricas para las corporaciones multinacionales con sede en el Norte Global, se les permitió comerciar libremente entre sí. El problema para la clase capitalista del Norte Global comenzó cuando las fuerzas productivas del Sur Global comenzaron un acelerado desarrollo, como evidencia el avance de China en la producción de bienes de alta tecnología.
El Critical Technology Tracker [Rastreador de Tecnologías Críticas] del Instituto Australiano de Política Estratégica (ASPI por su sigla en inglés), que ha monitoreado el desarrollo tecnológico durante las últimas dos décadas, encontró que:
Estados Unidos lideró en 60 de las 64 tecnologías entre 2003 y 2007, pero en el último quinquenio (2019-2023) solo encabeza 7. China, que dominaba apenas 3 de las 64 tecnologías en 2003-2007, ahora es líder en 57 de 64, aumentando su ventaja respecto a nuestro ranking previo (2018-2022), donde lideraba 52 tecnologías (Gaida et al., 2023).
Esta tendencia fue la que condujo al “giro hacia Asia” de Obama (2011), a la “guerra comercial contra China” de Trump (2018), a los controles a la exportación y las prohibiciones de inversión de Biden dirigidos a China (2022), y a la imposición por parte de Trump de aranceles sobre productos chinos (2025) (Tricontinental, 2018b). La Nueva Guerra Fría impulsada por Estados Unidos, que ha puesto a China en la mira, tiene poco que ver con los llamados a la “democracia” en Hong Kong (2019), las acusaciones de genocidio en Xinjiang (2021) o la cuarta crisis del estrecho de Taiwán (2022). Tiene que ver con la amenaza existencial que los avances tecnológicos de China y el nacionalismo de los recursos en otros países del Sur Global representan para la unipolaridad estadounidense (Prashad, 2024).
La prohibición impuesta en 2018 por el gobierno de Estados Unidos sobre el uso de equipos Huawei y ZTE demuestra cómo el sector tecnológico de Silicon Valley buscó protección gubernamental para sus mercados, apelando a denuncias de espionaje político y corporativo (Mascitelli y Chung, 2019). La prohibición de 2024 del gobierno estadounidense, tras un decreto de 2023, sobre las inversiones desde EE. UU. en el sector tecnológico chino y la transferencia de tecnologías “sensibles” a China forma parte de un intento más amplio de impedir el desarrollo económico chino en nombre de la seguridad nacional.
El problema para Estados Unidos es que nada de esto parece estar dando resultado. Para 2022, las y los científicos radicados en China no solo presentaron más solicitudes de patentes, sino que sus artículos fueron más citados en las principales revistas científicas del mundo. Ese mismo año, las empresas chinas registraron 18.223 solicitudes de patentes en semiconductores, lo que representó el 55 % del total mundial, mientras que las empresas estadounidenses solo alcanzaron el 26 % en este rubro (Ezell, 2024).
En 2023, Huawei lanzó un nuevo teléfono inteligente con tecnología 5G, fabricado casi en su totalidad con componentes chinos (incluido un chip de 7 nanómetros producido por la Corporación Internacional de Fabricación de Semiconductores de China). La plataforma de inteligencia artificial (IA) DeepSeek, desarrollada íntegramente por científicxs e ingenierxs formadxs en China, utilizando tecnología china, no solo ha logrado mantenerse a la par de ChatGPT, así como del entusiasmo en torno al Proyecto Stargate de Trump, sino que ha resultado mucho más eficiente e innovadora: consume apenas el 20 % de los recursos que requiere ChatGPT y ofrece un modelo y código de fuente abierta que representan un avance significativo en la democratización de la IA (Williment, 2025).
Por ello, DeepSeek representa una potencial amenaza para el sistema cerrado y monopólico del Norte Global, basado en el saqueo del conocimiento humano. Como signo de los tiempos, el gobierno de India está considerando utilizar DeepSeek-V2 en 15 iniciativas de IA.
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El centro de gravedad
Desde la década de 2010, el centro de gravedad mundial ha estado desplazándose del Atlántico Norte hacia Asia (Cheng, 2023). La naturaleza de estas dos regiones es fundamentalmente distinta: la primera tiene un historial de colonización y opera dentro de una estructura neocolonial que le otorga ventajas económicas, mientras que la segunda, con un pasado de haber sido colonizada, no busca construir un sistema de privilegios injustos. Las antiguas potencias coloniales atribuyen estos cambios en la geografía económica a factores políticos (como el tipo de gobernanza o la corrupción en el Sur Global), argumentos de poca relevancia de un bloque que antaño ostentaba un poder incontestable (Tricontinental, 2024d).
El rasgo principal del desarrollo liderado por el Norte Global fue la suspensión de cualquier intento de soberanía económica en los países recién independizados. Esto se manifestó en el aplastamiento de sus demandas, como el aumento de los precios de exportación de las materias primas, así como de sus intentos de diversificar sus economías. Golpes de Estado, invasiones, medidas coercitivas unilaterales y la denegación de crédito se convirtieron en herramientas de disciplinamiento, desde Irán (1953) hasta Chile (1973) (Tricontinental, 2023b). Durante este mismo período, gran parte del mundo experimentó con el socialismo e intentó construir una agenda de desarrollo que promoviera formas de soberanía, incluso en el Sur Global (Prashad, 2007).
Con el colapso del Proyecto del Tercer Mundo tras la crisis de la deuda de los años 80 y la disolución de la Unión Soviética en los años 90, el Norte Global impulsó de manera oportunista una agenda de globalización. Esta agenda beneficiaba a su bloque capitalista (especialmente al G7) y permitió que sus empresas exportaran su capacidad industrial al Sur Global mediante un control indirecto. Las corporaciones del Norte Global aprovecharon los costos más bajos en África, Asia y América Latina, deslocalizando su producción y reduciendo gastos de transporte gracias a energías baratas y el uso masivo de contenedores en el transporte marítimo. Al mismo tiempo, la política del neoliberalismo permitió a la clase capitalista declararse en huelga de impuestos y negarse a financiar el bienestar social en sus propias sociedades, lo que deprimió aún más los ingresos de la clase trabajadora y del campesinado (Tricontinental, 2018a).
Estos dos mecanismos, globalización y neoliberalismo, redujeron las posibilidades de inversión capitalista y estatal en el Norte Global, que, más que la financiarización, fueron responsables de la desaceleración económica en los centros neurálgicos del capitalismo industrial temprano. Tras el estallido de la burbuja puntocom (2000-2001), la tasa de crecimiento de EE.UU. se mantuvo por debajo del 4% y luego se desplomó a -2,6% en 2008-2009 debido a la crisis financiera de 2007. En 2020, cayó a -2,2% por la pandemia de COVID-19. A pesar de estos shocks, entre 2022 y 2023 se mantuvo en un modesto 2-3%, muy por debajo de las tasas de Asia, donde la formación bruta de capital fijo ha sido parte de la lógica general del desarrollo (Banco Mundial, 2025; Tricontinental y Global South Insights, 2025).
La crisis capitalista en el Atlántico Norte ha sido más aguda que en otras regiones, en gran parte porque la clase capitalista de esa zona ejerce un control casi absoluto sobre el aparato estatal. Esto no permite que el Estado cumpla siquiera un papel moderadamente adjudicador en la lucha de clases (al negarse, por ejemplo, a transferir una parte mayor del excedente social al bienestar social o permitir que lxs trabajadorxs creen sindicatos).
La Iniciativa de la Franja y la Ruta (BRI, por su sigla en inglés) de China fue el primer indicio claro de que el centro de gravedad de la economía mundial se había desplazado del Atlántico Norte hacia Asia. En 2013, tres países europeos (Bielorrusia, Moldavia y Macedonia del Norte) firmaron memorandos de entendimiento con la BRI. Para 2019, ese número había aumentado a casi 30 (de un total de 44 Estados europeos). Estos países fueron: Bulgaria, República Checa, Hungría, Polonia, Rumania, Serbia, República Eslovaca y Turquía en 2015; Georgia y Letonia en 2016; Albania, Bosnia y Herzegovina, Croacia, Estonia, Lituania, Montenegro, Eslovenia y Ucrania en 2017; Grecia y Portugal en 2018; y Chipre, Italia y Luxemburgo en 2019. Resulta llamativo que casi todos los países de Europa del Este decidieron participar en la construcción de infraestructura euroasiática, al igual que la mayoría de los países mediterráneos (con especial interés en la modernización de sus puertos). A medida que comenzó a resquebrajarse la integración de Europa con la economía estadounidense, los países de la región, que ya dependían cada vez más del petróleo y gas natural de Rusia y de la BRI de China, comenzaron a integrarse más con el continente asiático. Esto formaba parte del debilitamiento general del bloque atlántico, que también se manifestó en el fracaso del Acuerdo Transatlántico de Comercio e Inversión en 2019, las consecuencias del Brexit en 2020 y el alejamiento de Gran Bretaña respecto de Europa mediante el Acuerdo de Prosperidad Económica entre EE. UU. y el Reino Unido de 2025.
El Grupo de Cooperación de Redes y Sistemas de Información (NIS) de la Comisión Europea, establecido en 2016 mediante la Directiva NIS, consolidó este alejamiento de la integración asiática en 2020 con la publicación de Cybersecurity of 5G Networks EU Toolbox of Risk Mitigating Measures [Caja de herramientas de la UE para mitigar riesgos en la ciberseguridad de las redes 5G], que mostraba una obsesión por el “perfil de riesgo de los proveedores” y exhortaba a los Estados a no utilizar tecnología proveniente de los llamados países de riesgo (2020). La tendencia natural de Europa a integrarse con Asia amenazaba con debilitar su subordinación a Estados Unidos. Las respuestas crecientemente militarizadas frente a Rusia (en torno a Ucrania) y China (en torno a Taiwán y las acusaciones de espionaje) fragmentaron aún más esa integración. Italia anuló su memorando de entendimiento con la iniciativa BRI de China en diciembre de 2023, varios Estados de Europa del Este comenzaron a dar marcha atrás en su afán por las inversiones chinas y los países europeos pasaron de comprar energía rusa, más barata a importar energía más cara de Estados Unidos (Emiliozzi et al., 2024). La alianza atlántica se preservó a costa de la vida socioeconómica de la ciudadanía de sus países miembros, y se suspendió la integración gradual de Europa con los Estados asiáticos.
Durante este periodo de disputa entre la alianza atlántica y la integración euroasiática, la OTAN desempeñó un papel decisivo al inclinar la balanza a favor de la primera (Tricontinental, 2025c). Cuando la Unión Europea iniciaba conversaciones con un país sobre su incorporación como nuevo miembro, la OTAN intervenía para atraer a ese país hacia su órbita. La UE prometía integración económica y política (a pesar del bajo nivel de inversión europea en comparación con lo que podría provenir de Asia) y la OTAN proporcionaba seguridad militar y orientación política, particularmente para incorporar a estos países a la lógica de la OTAN y a la Nueva Guerra Fría impulsada por Estados Unidos contra China, Rusia y el surgimiento de la soberanía en el Sur Global. La expansión conjunta de la UE y la OTAN se produjo principalmente en Europa del Este y Central después de 1999. La República Checa, Hungría y Polonia se unieron a la OTAN en 1999 y a la UE en 2004. Luego una serie de países desde Estonia hasta Eslovenia se incorporaron tanto a la UE como a la OTAN entre 2004 y 2013.
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El nuevo estado de ánimo en el Sur Global
Exagerar el desplazamiento del centro de gravedad de la economía mundial o sobreestimar el crecimiento del bloque BRICS+ es una gran tentación. Si bien estos son acontecimientos significativos en nuestra época, deben analizarse con sobriedad. Setenta años después de la Conferencia de Bandung (1955), sin un consenso socialdemócrata o socialista ni lucha anticolonial de masas, el “Espíritu de Bandung” se ha disipado (Tricontinental, 2025b) hace tiempo. En muchos países del Sur Global, la clase trabajadora y el campesinado siguen en gran medida desorganizados, atrapados en regímenes de producción desarticulados y empleos precarios. Aunque hay muestras de mayor confianza en algunos Estados del Sur Global, esta no surge de luchas políticas de masas ni sugiere el advenimiento de un mundo multipolar: simplemente marcan que la era unipolar iniciada en 1991 con la caída de la URSS está llegando a su fin. Estados Unidos y sus aliados aún dominan los ámbitos militar y comunicacional, pero han perdido capacidades en tecnología, ciencia, materias primas y finanzas.
Los países del Sur Global actúan a través de múltiples organizaciones y plataformas multilaterales y regionales, más que como un bloque cohesionado. No están preparados para convertirse en polos de un conflicto global. Por ejemplo, Turquía, Corea del Sur, Arabia Saudí y Filipinas son históricamente parte del Sur Global, pero dos de ellos (Corea del Sur y Filipinas) son prácticamente colonias militares de EE. UU.; y Turquía es un miembro de la OTAN que colaboró con fuerzas occidentales para derrocar al presidente sirio Bashar al-Assad y facilitar la ocupación israelí de zonas fronterizas sirias. Arabia Saudí, por su parte, celebró el debilitamiento de los aliados de Irán.3
Sin embargo, en este nuevo período, mientras se resquebraja el orden unipolar, ha surgido un espacio para que los países del Sur Global ejerzan su soberanía. Aunque estas reivindicaciones son mayormente económicas, como la negativa de Indonesia a exportar níquel sin procesar o la decisión de India de seguir comprando petróleo ruso, tienen ramificaciones políticas importantes, como el ingreso de Indonesia a los BRICS+ o la negativa de India a condenar la invasión rusa a Ucrania. Ejemplos de estas reivindicaciones son numerosas e indican el nuevo estado de ánimo en el Sur Global.4
La temperatura de este nuevo estado de ánimo también se ejemplifica en el tipo de política visible en América Latina (Tricontinental, 2024c; 2023d). Inspiradas por la Revolución Cubana de 1959, sucesivas oleadas revolucionarias han alimentado la esperanza contra el imperialismo estadounidense y por avances de izquierda.
La primera oleada fue aplastada por una violencia extrema que buscaba borrar el ejemplo de la Revolución Cubana mediante golpes militares y la campaña de secuestros, torturas y asesinatos orquestada por Estados Unidos conocida como Operación Cóndor. Estos golpes, desde Brasil (1964) hasta Argentina (1976), frenaron el impulso de la alternativa cubana. Sin embargo, el ilegal bloqueo estadounidense contra Cuba no impidió que la isla acelerara su camino socialista ni que expandiera su internacionalismo.
La segunda oleada , que comenzó con las revoluciones de Nicaragua y Granada en 1979, renovó la esperanza, que fue nuevamente atacada por fuerzas imperialistas a través de masacres en Centroamérica y por alianzas con estas fuerzas y narco-terroristas de la región.
La tercera oleada llegó con la elección de Hugo Chávez en Venezuela en 1999 y el avance de lo que se conoció como la “marea rosa” en América Latina. Esta fue debilitada por la guerra híbrida e ilegal de Estados Unidos contra Venezuela, la caída de los precios de las materias primas y la debilitada capacidad de los movimientos sociales y políticos para disputar con eficacia a las burguesías arraigadas en gran parte de la región. Sin embargo, en cada una de estas olas brilló el ejemplo de Cuba.
Hoy estamos al final de una cuarta oleada , marcada por las victorias electorales de Gabriel Boric en Chile (2021), Gustavo Petro en Colombia (2022) y Luiz Inácio Lula da Silva en Brasil (2022). Estos gobiernos pusieron fin al dominio de la derecha, pero no logran impulsar una agenda de izquierda. Esta ola es significativa, pero no debe sobrestimarse.
Incluso los gobiernos más moderados de centroizquierda debieron enfrentar las graves crisis sociales de la región, empeoradas por el colapso de los precios de las materias primas y por la pandemia de COVID-19. Políticas para abordarlas hubieran sido posibles con fondos de la burguesía local o de regalías por la extracción de recursos naturales, lo que habría obligado a estos gobiernos a entrar en conflicto tanto con sus propias burguesías como con el imperialismo estadounidense. Pocos gobiernos se atrevieron.
La verdadera prueba, por tanto, no fue lo que estos gobiernos dijeron sobre este o aquel tema (como Ucrania), sino cómo actuaron ante la negativa de las fuerzas del capitalismo para resolver las grandes crisis sociales de nuestros tiempos. El nuevo estado de ánimo en el Sur Global solo abre un espacio para comenzar a abordar estos problemas. Quizás una quinta oleada llegue con mayor firmeza.
Este nuevo ánimo no surge de la lucha de masas de la clase trabajadora y el campesinado, sino de las vicisitudes históricas y la necesidad de ejercer soberanía y ampliar las prioridades de desarrollo. La mayoría de los gobiernos del Sur Global que han mostrado este nuevo estado de ánimo no son de izquierda o no tienen su base principal arraigada en la clase trabajadora y el campesinado organizados. En la mayoría de estos países, la clase trabajadora y el campesinado han visto un aumento en las prácticas laborales precarias, el debilitamiento de sus propias organizaciones de clase y una política defensiva en su relación con gobiernos que van de la centroderecha a la extrema derecha (Tricontinental, 2023a; 2024a). El descontento generalizado persiste debido a las contradicciones del capitalismo, pero no se traduce fácilmente en una agenda política impulsada por organizaciones de masas de izquierda.
El desgaste de las instituciones estatales que brindan bienestar social ha obligado a sectores de la izquierda a construir mecanismos alternativos de provisión de servicios, arrastrando a la izquierda revolucionaria a la necesidad de garantizar servicios básicos para la supervivencia (frecuentemente a través de cooperativas y colectivos).
Mientras tanto, la derecha, indudablemente mejor financiada por fundaciones occidentales, ha creado muchas ONG que promueven entre la clase trabajadora y el campesinado una visión del mundo despiadada, mezquina y frecuentemente arraigada en formas de religiosidad excluyente o supremacismo racial (Tricontinental, 2022b). Esto explica por qué, en muchos países del Sur Global, la clase trabajadora y el campesinado son arrastrados hacia explicaciones odiosas para su desesperación y atomización, desviando la culpa de la clase dominante hacia aquellos que son tratados como otros (como minorías religiosas o étnicas e inmigrantes).
El colapso de los sistemas de bienestar social y la ínfima o inexistente redistribución de recursos han revitalizado viejas jerarquías patriarcales que recargan sobre las mujeres el trabajo de cuidado infantil, gestión del hogar y atención a personas enfermas y adultas mayores, mujeres que además continúan sobrexplotadas y mal remuneradas en el mercado laboral (Tricontinental, 2021). En este contexto, con la política electoral y las instituciones democráticas en los Estados burgués-terratenientes del Sur Global secuestradas por el poder del dinero, las oportunidades para que la clase trabajadora y el campesinado escapen a diversas formas de clientelismo son mínimas.
Cuando las tasas de crecimiento se mantienen relativamente altas, los gobiernos de centroderecha a extrema derecha en el Sur Global pueden sostener ciertas políticas redistributivas e invertir sumas considerables de fondos públicos en infraestructura. Las altas tasas de crecimiento, independientemente de la calidad de la inversión, tienen un impacto positivo significativo en la esperanza de vida y los indicadores sociales en general. Sin embargo, cuando resurgen las presiones recesivas del capitalismo y la burguesía de estos Estados del Sur Global se niega a contribuir con gasto anticíclico, la lucha de clases se reaviva. La dirección que tomará esta lucha depende completamente de las posibilidades de rejuvenecer los movimientos independientes de la clase trabajadora y el campesinado, así como los partidos de izquierda.
Solo cuando la lucha de clases se intensifica y la clase trabajadora y el campesinado logran influir en las políticas estatales, las ganancias que pueden cosecharse de las altas tasas de crecimiento pueden traducirse en mejoras de la calidad de las inversiones, no solo en su volumen. Este es el único escenario en el que existe la posibilidad de avanzar en una dirección socialista. El actual y nebuloso nuevo estado de ánimo en el Sur Global no es, en sí mismo, un indicio de tal transformación (Tricontinental, 2025a).
Sí se han producido estallidos de actividades de masas, como ocurrió en el Sahel, en el borde meridional del desierto del Sahara. Allí, en Burkina Faso, Malí y Níger, las protestas masivas contra las fuerzas militares francesas y sus bases derivaron en una rebelión general contra las élites políticas establecidas, lo que dio lugar a golpes de Estado dirigidos por oficiales populares. Estos golpes populares dieron paso a gobiernos comprometidos con la construcción de procesos soberanos, inspirados en el legado de figuras como Thomas Sankara en Burkina Faso (1983–1987) y en las posibilidades del regionalismo (como la Alianza de Estados del Sahel, creada en 2023). Este sentimiento antifrancés se ha extendido por la región, con Chad, Costa de Marfil y Senegal exigiendo el retiro de las fuerzas militares francesas en los últimos dos años. Mientras tanto, en Ghana, durante la toma de posesión del nuevo presidente socialdemócrata John Mahama, el aplauso más cálido del acto fue para Ibrahim Traoré, el líder invitado de Burkina Faso. Esto resulta inspirador para los movimientos populares del Sur Global, que observan con cautela si estos Estados podrán romper con el Consenso de Washington y sus tentáculos. Menos dramáticos, pero igualmente significativos son los gobiernos de centroizquierda en lugares como Sri Lanka, que surgieron a partir de luchas de masas incipientes y llevaron a las fuerzas de izquierda a construir plataformas patrióticas que no son programáticamente de izquierda, pero que al menos se arraigan en demandas de soberanía. Aún está por verse si estos frentes populares podrán desarrollar una agenda clara para sus gobiernos.
La esperanza, por supuesto, recae en países como China, que ha logrado desarrollar su propia forma de desarrollo social bajo un Estado comprometido con el socialismo. Pero China, como otros proyectos socialistas, debe afrontar tres tareas fundamentales: primero, protegerse de las amenazas económicas, políticas y militares a su soberanía. Segundo, garantizar el bienestar de su pueblo. Tercero, sostener su compromiso con el internacionalismo. Cumplir estos mandatos al mismo ritmo no es tarea fácil. Es irreal esperar que China, que ha avanzado considerablemente, pero que sigue siendo un país en desarrollo, sea la salvación del Sur Global. China ofrece formas de inversión y transferencia tecnológica que ya han sido útiles para varios países del Sur Global. El problema aquí no es la inversión ni la tecnología chinas, sino qué tipo de teoría y estrategia de desarrollo permitirán los proyectos políticos de cada Estado del Sur Global y los experimentos regionales que ya han comenzado a desarrollarse.5 ¿Qué ocurrirá cuando la lucha de clases adquiera suficiente fuerza como para llevar al poder a una alianza de izquierda o incluso de centroizquierda? ¿Qué harán esos gobiernos una vez en el poder? ¿Podrán aprovechar el reordenamiento del sistema mundial para construir nuevos procesos en sus sociedades, fortalecer la confianza y claridad de la clase trabajadora y el campesinado, y animar a otros países a levantarse e impedir los viejos hábitos del bloque imperialista?
Cada vez más regiones del mundo se ponen en movimiento, buscando romper con el neoliberalismo y el imperialismo y afirmar un gobierno soberano y vías propias de desarrollo. Cada vez más personas en todo el mundo parecen comprender la futilidad de una austeridad permanente. Pero sus proyectos son frágiles y no siempre se expresan de forma progresista. Aún hoy, la cantidad de regiones que buscan romper con el orden mundial actual no es lo suficientemente amplia ni poderosa como para transformar la calidad de dicho orden. Pero el cambio está en el horizonte. Se encuentra en el corazón de la lucha de clases global. Algo está por suceder.
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Notas
1El concepto marxista chino 新质生产力 [nuevas fuerzas productivas de calidad] se refiere al uso de tecnología de última generación para aumentar la productividad y la mecanización, incluyendo la robótica, para reducir la explotación humana y fomentar más tiempo de ocio.
2Esta comprensión fue articulada por primera vez en la Comisión del Sur (1987-1990). En mayo de 1989, el secretario general de la Comisión, Manmohan Singh, declaró: “La Comisión del Sur está convencida de que los países desarrollados no pueden ser el motor del crecimiento del Sur. Las nuevas fuerzas motrices deben encontrarse dentro del propio Sur. Por lo tanto, la cooperación Sur-Sur es crucial” (Prashad, 2013: 143).
3Un análisis de las diferencias dentro del Sur Global puede verse en la metodología de los “anillos” del estudio sobre Hiperimperialismo (Tricontinental, y Global South Insights, 2024b).
4Uno de los puntos críticos de este nuevo ánimo es el debate sobre el uso de monedas locales y la desdolarización. Sin embargo, estas discusiones suelen exagerarse, pues se ignora la diferencia entre: usar monedas locales para denominar comercio bilateral/multilateral y crear una moneda global que pueda anclar el sistema financiero internacional. Para un debate equilibrado sobre la cuestión de los BRICS y la desdolarización, véase Wenhua Zongheng, 2024.
5Para comprender la complejidad de estos temas y los debates que generan, recomendamos consultar la edición internacional de la revista china Wenhua Zongheng , publicada por el Instituto Tricontinental de Investigación Social (2022b). Véase también Tricontinental, 2022a.
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